El Médium




Todo empezó en el transcurso de una noche cerrada; las calles no estaban iluminadas e hileras de árboles las bordeaban a ambos lados, haciendo que la oscuridad fuera casi absoluta; yo caminaba perdido entre aquel mar de tinieblas cuando al llegar a una parte más abierta, donde no había árboles, ví que alguien se acercaba caminando en dirección contraria; era una silueta ancha y baja, y avanzaba de forma errática dando tumbos y murmurando incoherencias; yo seguí mi camino fingiendo no verle, pero el otro transeunte torció bruscamente su rumbo abalanzándose hacia mí cuando pasó a mi lado y en lugar de chocar contra mí: sentí como me atravesaba, provocándome un intenso escalofrío. Cuando miré a mi alrededor no ví a nadie: había tenido mi primer encuentro.
Años más tarde me encontraba pasando el verano en el pueblo de mis padres; yo estaba sentado en el alféizar de la ventana con la mirada perdida en la cercana negrura del bosque cuando ví a una procesión de fantasmas desfilando frente a mis ojos atónitos; algunos no estaban enteros, sólo eran un torso o una cabeza flotando en el aire; otros eran cuerpos enteros, también había esqueletos vestidos con harapos; avanzaban en fila, levitando o caminando y parecían arrastrar el peso de un intenso dolor.
En una noche clara de luna llena, atravesaba a pie una zona formada por cerros y grutas coronadas por montes oscuros y bajos; me encontraba acompañado de un amigo llamado Elías y mi perro “Toby”, bajábamos por cuestas empinadas, subíamos por las laderas de los cerros, y atravesábamos pastizales que nos igualaban en altura. Encontramos un delgado sendero y lo seguimos durante un largo trecho; el terreno ascendía sinuoso hasta una cumbre rocosa seguido por un descenso pronunciado que conducía hasta un monte que se extendía a través del llano. Súbitamente, el paisaje comenzó a oscurecerse. Levanté la vista y vi que unas nubes delgadas y muy bajas iban cubriendo la luna. A los pocos minutos nos cubrió una niebla espesa y las formas de nuestro entorno parecieron fundirse en una masa grís oscura. Mi perro comenzó a gruñir, a Elías apenas lo veía, era como estar en el interior de una nube, de pronto sentí que una mano se posaba en mi hombro y cuando me giré ví aquel rostro blanquecino de ojos vidriosos mirándome fijamente y en sus labios resecos lo que parecía una mueca de dolor; pude oir su voz lastimera susurrando: “Ayúdame”
Regresaba de una fiesta y cuando bajé del Taxi,  miré mi reloj; eran las tres de la madrugada. Al tantear el bolsillo en donde guardaba las llaves de casa, volví la vista hacia el conductor cuando ví el rostro del ser que ocupaba el asiento trasero del vehículo; me había acompañado durante todo el trayecto sin que yo percatara su presencia: el pálido rostro de una anciana de tez marchita y cadavérica me observó durante unos segundos a través del cristal hasta que el coche arrancó. Hizo una señal con la mano despidiéndose con una plácida sonrisa mientras el coche se alejaba.

Durante todos estos años he estado ejerciendo el papel para el cual he sido designado por el destino; y lo he hecho lo mejor que he podido; he desempeñado el papel de intermediario entre ambos mundos proporcionando consuelo a los familiares de los difuntos y transmitiendo mensajes de un lado a otro, pero de un tiempo a esta parte me he visto desbordado por el número de presencias que se congregan a mi alrededor de forma constante; su número ha crecido sin parar hasta saturar mi entorno de sombras incorpóreas que hablan entre susurros y aunque sus voces puedan sonarme a ecos de una letanía confusa y sollozante, no sucede lo mismo con el contenido de sus mensajes ya que estos son claros y explícitos: hablan de eventos terribles que tendrán lugar en fechas venideras y muy próximas en el tiempo y ellos han venido para asistir y guiar al enorme número de almas que tendrán que prepararse para emprender el camino hacia el otro mundo.

Algo



Era una fría tarde de Otoño cuando fuí a visitar la tumba de mis padres, cambié las flores y recé varias oraciones como de costumbre y cuando me disponía a volver, tomé un sendero que lejos de llevarme hacia la salida, me condujo hacia la parte más solitaria e inhóspita del cementerio. Un viento muy fuerte comenzó a soplar agitando los arboles, entonces me invadió una tenebrosa sensación de angústia y eché a correr desbordado por la sensación de que docenas de ojos me observaban. Quiso el hazar o las circunstancias que terminara mi carrera desaforada frente a una lápida solitaria y sin inscripción alguna, pero el caso es que al detenerme frente a ella, el viento dejó de soplar y las presencias invisíbles que me seguían dejaron de acosarme.