Venganza



Fué como si todo mi mundo se viniera abajo; todo aquello en lo que basaba mis creencias dejó de tener sentido: la lealtad, la honestidad, el compromiso, la fidelidad: todos los valores que me enseñaron a valorar y a respetar se esfumaron cuando encontré a mi querida esposa entregada a sus más bajos instintos junto a mi único y despreciable hermano, jadeando los dos como bestias del arroyo y sin pausa para el respiro.
Al verles no les dije nada y me retiré del lugar como un perro con el rabo entre las piernas.
Después de aquella experiencia necesitaba tiempo para reordenar mis esquemas y aplacar la ira reprimida, me dirigí al centro y busqué una ramera con quien descargar mi furia, luego bebí y seguí bebiendo hasta que perdí la conciencia. Entre brumas ví instantaneas de un antro oscuro que apestaba a incienso, adornado con figuras de santones y parafernalia brujeril y de un rostro grotesco cuya boca flacida recitaba conjuros imposíbles de reproducir. Cuando llegué a casa tambaleandome por la borrachera y logré subir el tortuoso tramo de escaleras que conducían a la habitación, encontré a la traidora y a su amante torturados y asesinados de forma inasumible incluso para mi mente sedienta de venganza: a ella le habían ensartado un palo en su  vagina, la extremidad del cual salía por su carnosa boca de labios operados. A mi despreciable hermano, la alimaña capaz de engañar a su propia sangre le habían cortado las extremidades insertandolas con clavos en las paredes del cuarto. Y como si todo esto no hubiese sido suficiente, le habían cortado el pene y se lo habían introducido en la boca. Después de haber contemplado el suplício al que habían sometido a mis seres cercanos, que alguna vez fueron queridos, me puse a reflexionar sobre lo que hice la noche anterior y creo que no me cabe la menor duda al respecto: vendí mi alma a cambio de venganza y esto me ha convertido en vasallo de voluntades oscuras y ejecutor de los deseos de otros hasta el fin de mis días o hasta el principio de la eternidad.


Loba


Abro los ojos deslumbrada por el calido rayo de sol que inunda mis parpados. Las ventanas están abiertas y una suave brisa de aire acarícia mi piel. No se lo que ha sucedido ni quienes eran los que, horas atrás, intentaron violarme. Lo único que se es que ahora ellos están muertos y yo estoy recostada junto a una pared, bañada en su sangre. La noche pasada volvió a repetirse aquello de lo que apenas guardo un leve recuerdo; imagenes y sensaciones fugaces de una luna brillando como una blanca esfera luminosa, largos mechones de pelo que cubren mi cuerpo desnudo como un calido abrigo de piel y de un hambre que desborda mis instintos.

La tumba

Los relámpagos estremecen la noche, la tierra forma blandos montones que saltan desde el agujero siguiendo el vaiven acompasado de la pala. El agujero se va ensanchando, desplazando la tierra desde la profundidad del hoyo al túmulo creciente que rodea el agujero. El metal de la pala choca con la madera de la tumba, dos ojos inyectados en alcohol brillan con un destello de codícia y dos manos huesudas comienzan a forcejear con la tapa de madera.
Se abre la tumba y las manos del viejo profanador de tumbas comienzan a remover entre los huesos y la ropa desgastada, escarbando entre la masa de larvas y gusanos que se agolpan retorciendose en su habitat. No tardan en aparecer monedas de oro y piedras preciosas desde las profundidades de la tumba. Los rumores que corrian de boca en boca por las tabernas del puerto resultaron ser ciertas: el viejo terrateniente había preferido ser enterrado junto a su tesoro familiar antes  que cederlo a su família o donarlo a desconocidos.
Pero los rumores no siempre revelan el secreto en su totalidad pues si todos los truhanes de la ciudad sabian donde se encontraba en tesoro... ¿Porqué nadie se atrevió a cogerlo, porqué ni los propios enterradores saquearon el tesoro del viejo terrateniente? Las maldiciones infunden respeto, mucho más que la justícia terrenal por que nadie puede huir de ellas...
El viejo estaba feliz por haber conseguido un botín que parecia mas una perita en dulce que el producto de un robo, ya comenzaba a fantasear con lujos y placeres que nunca había soñado cuando al atravesar el sendero que llevaba a la sálida, extrañas presencias comezaron a salir de sus tenebrosos y fangosos santuarios, masas huesudas y grisáceas se acercaron sigilosamente, rodeandole. No habia percibido sus presencias cuando al levantar la vista del tesoro que brillaba entre sus manos, un ser repugnante se avalanzó sobre él mordiéndole la garganta...


La casa

Un grito se oyó en la casa y ambos se sobresaltaron. Ambos se quedaron en silencio, aguardando otro ruido similar para reaccionar en consecuencia, pero nada se escuchó. Después del susto inicial, decidieron reemprender su rutina nocturna, acabaron de cenar y tras recoger la mesa, decidieron subir al piso de arriba y entregarse al sueño conyugal. Se introdujeron en la cama y allí estuvieron hablando un tiempo hasta que se quedaron dormidos. Ella no tenía un sueño muy apacíble y al despertar de una pesadilla, pudo ver la luz de una vela acercándose por el pasillo.
Trató de despertar a su marido que tenía el sueño muy profundo mientras miraba por el rabillo del ojo viendo como aquel misterioso resplandor se acercaba inexorable y zarandeó su marido para que viera la extraña amenaza aproximandose hasta el lecho donde estaban, pero él seguía sin despertarse, finalmente gritó con todas sus fuerzas  y él se incorporó sobresaltado, justo en ese instante, la luz se evaporó sin dejar rastro. Ella intentó explicarle el porqué de su comportamiento y tras una breve discusón, el acabó convenciendola de que había estado soñando despierta. Ella estaba segura de lo que había visto pero finalmente acabó cediendo a la evidencia. Estaba a punto de entregarse a los brazos de Morfeo cuando volvió a ver la luz aproxomandose con total nitidez. Esta vez ella estaba segura de que no soñaba. Cerró los ojos para liberar su mente de la imagen que parecía adivinarse tras el resplandor y el propio miedo que sentía le hizo desmayarse , quedando inconsciente durante el resto de las horas.  
Cuando el primer rayo de luz matinal atravesó las cortinas acariciando sus parpados supo que la calma había llegado pero que tras de ella estaba la obligación de convencer a su marido para que bajara al sótano donde yacían los huesos del anciano propietario de la casa, asesinado por ambos y darles cristiana sepultura si quería que su alma no regresara cada noche para atormentarles.


La bestia

Mientras sujetaba el pomo de la puerta con mi mano, repasaba todas las tacticas que había estado usando recientemente tratando de intuir cuál podría ser la más efectiva. Finalmente decidí pasar a la acción, y salí de allí pasando por alto cualquier precaución. La bestia estaba allí, agazapada, vigilante, escondida en algún lugar de la casa esperando mi llegada, dispuesta a saltar sobre mi cuello. Era una horrible criatura que se movía sigilosa por los rincones. En ocasiones tenía que taparme la nariz para que el penetrante aroma que despedía no me irritara las mucosas.

Paciente, a la espera del momento justo, me observaba con sus ojos  inyectados en sangre, esperando ansiosa su cena. Escuché su respiración jadeante y su espumosa boca emitir un gruñido infrahumano. Había olido mi presencia y estaría babeando con el sabor anticipado de la carne fresca. Continué avanzando, una opresión en el pecho me impedía respirar con fluidez y un sudor nervioso empapaba mi frente. Mis manos comenzaron a temblar. De repente, un rugido ensordecedor hizo temblar la estancia. La bestia avanzaba hacia mí entre espasmos, los brazos extendidos, su boca abierta buscando mi cuello. Mi corazón palpitaba desbocado. Alcé la pistola y disparé repetidas veces sobre el espejo hasta agotar el cargador. El ruido de los cristales al caer lo inundó todo, luego sobrevino la calma. La bestia ya no estaba, sólo quedaba el aroma de su piel flotando en el ambiente mezclado con el humo de la polvora.
Permanecí helado, aunque bañado en un sudor pegajoso, mi mano temblorosa aún sostenía el arma con su cañón humeante. La bestia había desaparecido...por el momento.

El sótano

La escena se repetía noche tras noche: una llave giraba en el interior cerradura. La puerta quedaba abierta el mínimo tiempo necesario para que algo fuese depositado sobre el escalón superior, la hoja de la puerta quedaba encajada en el marco y la llave volvía a girar precediendo el murmullo de unos pasos que se alejaban con ritmo lento y cansino al otro lado de la puerta.

Gateando se precipitó escaleras arriba hasta quedar a la altura de  la puerta. Su boca babeaba ante su cena. Con hambre caníbal lo devoró todo en cuestión de segundos. Pero cuando terminó el vacío de su estómago parecía haberse agrandado. Un brote de rabia súbita estalló en su interior, cogió la bandeja vacía y la arrojó al fondo del sótano, rebotando esta por las paredes hasta llegar al suelo con un repetido estruendo metálico. Los pasos se detuvieron y recorrieron el camino en sentido inverso, parandose de nuevo ante la puerta. La voz resonó con vehemencia al otro lado de la puerta:
-¿Qué acabas de hacer, hijo de Satanás? ahora te pondrás a aullar durante toda la noche, lo presiento. Quieres convertir mi existencia en un infierno...
La figura era muy frágil. Tenía una edad muy avanzada. Se inclinó para introducir la llave por la cerradura que giró chirriante. Empujó la puerta y descendió las escaleras que conducían al interior del sótano moviendo la lampara de aceite a derecha e izquierda escudriñando a través de las sombras.
El estaba allí, quieto y agazapado en su refugio. La oscuridad perpetua era su principal aliada cuando el viejo cruzaba el umbral. Seguro que este acabaría olvidándole y se marcharía, la voz se alejaría renegando y la puerta volvería a cerrarse detrás suyo Pero en esta ocasión llegó hasta él golpeandole repetidas veces, pero sin energía. Se tuvo que detener por el cansancio. Su respiración era entrecortada. Jadeaba. Rompió a toser.
-Criatura inmunda... Ojala nunca hubiese dejado preñada a tu madre. La muy zorra murió mientras te daba a luz, fuiste amamantado por una perra...eres hijo del pecado y dios te puso ante mí como prueba. Pero esta noche limpiaré mi santo nombre con tu muerte y me postraré orgulloso ante el altísimo.
La voz sonaba débil y los golpes ya no le producían ningún daño. Algo le decía que era el momento apropiado. Alargó su mano derecha, que más parecía una zarpa animal, de venas azuladas y largas uñas, la mano alcanzó el rostro envejecido situado a escasa distancia de él arrancando un trozo de piel reseca.
-No... ¿Qué has hecho desgraciado? atacar a tu propio padre. El demonio anida en tu cuerpo deforme, eres el vehículo escogido por el maligno para cumplir sus deseos.
Saltó sobre él y de un zarpazo le abrió el torso en canal. Olía a carne fresca, el cuerpo del anciano se agitó en vano, las zarpas se hundieron en su interior arrancando sus organos a tirones. Al cabo de unos pocos minutos, y tras haber saciado su apetito, se apartó de los restos de su difunto padre y se arremolinó entre sombras del sótano, al resguardo de la tenue luz proyectada por la lámpara tirada  en el suelo, a medio metro escaso del cadáver.
La luz aún duró unas cuantas horas antes de desvanecerse y cuando esto sucedió, pudo sentirse tranquilo de nuevo, cubierto por las sombras perpetuas del sótano, el único hogar que conocía.

El aula número 13

El rector era alto, corpulento y siempre llevaba traje gris con zapatos negros muy brillantes. El era el precursor de aquel internado para niños provenientes de famílias desestructuradas.
Estaba anocheciendo, caia una lluvia fina y el cielo estaba cada vez más cubierto, entre risas Bruno se escabuyó de clase y siguió al rector a escondidas, subió los escalones despacio ocultandose tras las esquinas, lo siguió a una distancia prudente y lo vió encaminarse hacia la habitación prohibida: el aula número 13. El chico observó que el rector arrastraba algo, no era un bulto cualquiera, parecía flácido e inerte. Bruno atinó la vista y pudo distinguir dos brazos y dos piernas. Bruno contuvo un grito de pánico y bajó las escaleras corriendo. El rector sintió la respiración de alguien y lentamente se dio vuelta, tenía la ropa manchada de sangre y sus manos estaban completamente rojas. Introdujo el bulto en el cuarto y cerro con llave. 
Habia llegado la hora de dormir. Bruno se vistió, subió las escaleras  con sigilo y atravesó con cautela el oscuro pasillo, apenas alumbrado por una tenue luz proveniente del aula número 13. El muchacho se acercó hasta la puerta andando de puntillas y paró frente a ella, guiñando un ojo se arrimó al ojo de la cerradura para escudriñar en su interior. Casi de inmediato se abrió la puerta con violencia, dos manos robustas lo agarraron con fuerza y lo arrastaron hacia dentro..


Animas

Cada noche hacia lo mismo: se alimentaba de la energía de cadáveres recién fallecidos. Su agonía era indescriptible, pero nadie le escuchaba, la energía que absorvía de aquellos cuerpos era lo que le mantenía vivo. El aura de aquel espectro se sentía atraído por aquellos cadáveres a los que nadie reclamaba, necesitaba alimentarse del remanente energético que emanaba de ellos. En la soledad de las calles, no todos los espectros eran iguales; algunos, no se alimentaban de la energía de otros cuerpos. Mas bien conversaban con los vagabundos que yacían recostados en los portales, si algún transeunte pasaba en aquel momento y veía al vagabundo, pensaba que estaba hablando solo.

A otros en cambio les encantaba asustar a niños, y ancianos moribundos, se alimentaban del miedo que producían en ellos, adoptaban las mas espeluznantes formas. Caras grotescas, cuerpos amorfos, voces de ultratumba; recorrían los hospitales, geriatricos y horfanatos en busca de víctimas. Pero el único deseo de aquellos espíritus era el de reencontrarse con sus familiares y seres queridos. Son las leyes que imperan en el inframundo: aquellos que no logran encontrar su destino, acaban vagando sin rumbo fijo hasta que logran encontrar la paz y el descanso que tanto anhelan.