El Guiñol

Sin duda, era la barraca más mísera de todas cuantas formaban aquella feria ambulante, pero una sola moneda no daba para mucho más, así que mi amigo Raúl y yo, nos quedamos parados frente a esa caja de madera pintada, y esperamos a que saliera el dueño, al poco rato apareció un viejo encorvado, quien tras recibir de mi mano la moneda que costaba la función, sacó los muñecos de la caja e intentando disimular su desgana, se dispuso a escenificar la obra.
Parecía ser la típica historia de guiñol donde el malo acababa perseguido por sus fechorías y engaños y molido a palos por el protagonista, yo me sentía ridículo viendo aquello pero me quedé hasta el final porque ví a Raúl, embelesado con los muñecos, los cuales parecían toscos y mal hechos, aunque tenían una particularidad que no pude dejar pasar por alto, y eran aquellos ojos tan reales que parecían casi vivos. Cuando terminó la función, me marché decepcionado y con la sensación de haber tirado mi unica moneda, pero Raúl se quedó hablando con el viejo, y cuando se reunió conmigo en el camino, dijo que el viejo había accedido a enseñarle el ofício, tambien confesó que mientras hablaban, el viejo no cesaba de mirarle a los ojos.
No me daba muy buena espina el viejo y sus muñecos, pero Raúl no lo veía así; hasta dijo riendo que quizás el viejo le dejaría llevar la siguiente representación.
Al día siguiente, volví a la barraca por la curiosidad de ver a Raúl tras el guiñol, había unos cuantos niños sentados en el suelo esperando a que empezara la función pero no ví a Raúl por ninguna parte, y cuando las manos del viejo comenzaron a mover el muñeco del protagonista, lo comprendí todo, me levanté aterrado y marché de allí huyendo a toda velocidad.
Aun hoy, muchos años después, me vienen a la cabeza los ojos de ese muñeco, unos ojos increíblemente reales y profundos.

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