El limpiador

La puerta estaba entreabierta, entré con suma cautela y fuí inspeccionando cada rincón y cada estancia de la casa con sumo detenimiento, allí descubrí un altar junto a restos de sacrifícios y trazos de pentagramas en las paredes pintados con sangre pero ni rastro de los asistentes, flotando en el pasillo, ví aparecer la silueta de un ser con vestimentas amplias y oscuras al que identifiqué como un antíguo miembro de mi congregación, su estela recorrió algunos metros para desaparecer frente al umbral que llevaba al sótano, encendí la linterna y me aventuré a descender hasta ese apendice del infierno que se abría ante mí.
De allí surgió una figura oscura, del tamaño de un enano, su cabeza era desproporcionada en comparación con el resto del cuerpo y estaba dotada de apéndices córneos, sus ojos eran grandes y rojizos y brillaban como carbones encendidos, sus manos y pies terminan en garras largas y afiladas y tenía la piel dura y escamosa, tras observarme con detenimiento, ví como su boca se curvaba en una mueca que vagamente recordaba una sonrisa. De pronto dió un salto pero en mitad del aire la barrera mágica de mi oración trémula lo detuvo, y cuando cayó al suelo, arrojé toda mi agua bendita sobre él, lo que le hizo retorcerse de dolor, luego puse mi crucifijo en su frente y ví como este se evaporaba frente a mis ojos.
Este tipo de fenómenos no son nuevos para nosotros, hemos aprendido a convivir con varios tipos de energías malignas que irrumpen en nuestro mundo con el único fin de atormentar a los vivos, afortunadamente, tenemos la capacidad de expulsarlos por la misión que nos encomienda la fe.

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