Tenía un aspecto más que convincente; a simple vista
parecía confeccionada con piel humana, su apariencia era blanda y rugosa y
estaba completamente seguro de que aquellos agujeros para los ojos le añadirían
un realismo inusitado una vez puesta; aquella nariz larga y deforme tenía un
aspecto grotesco, el pelo que colgaba por la frente tambien parecía autentico,
la boca sonriente con aquellos dientes amarillentos y puntiagudos estaba
permanentemente curvada en una mueca de burla macabra. A ruben le pareció el
objeto más original de todos cuantos había visto en mucho tiempo y señalando el
rostro siniestro que colgaba de la pared preguntó:
-¿Cuanto cuesta?
El dependiente; un hombre de pelo blanco y aspecto fatigado,
respondió:
-No está en venta...
-Dígame un precio; se la compro: insistió Ruben.
-Te he dicho que no está en venta: atajó secamente el
viejo volviendose hacia él con brusquedad-¿Qué haces tú aquí; no deberías estar
en la escuela?: vamos, vete.
Al caer la noche, volvió a hurtadillas a la tienda de
antiguedades, rompió el fragil cristal de la puerta y entró sin apenas
dificultad. Cuando, temblando de espectación y curiosidad, movió el haz de su
linterna para alumbrar el rincón de pared donde colgaba la màscara, la luz
brilló sobre objetos a los que nunca hasta ese momento habría prestado la menor
atención mientras que un destello de color mate proyectaba sus sombras
desfiguradas sobre las paredes donde la horríble màscara se presentaba ante su
vista observandole desde lo alto, muda y amenazante.
Descolgó aquel objeto de la pared que entre sus manos
tenía un tacto flexíble, lo envolvió en una bolsa que había traído para tal
ocasión y salió corriendo calle abajo con su preciado trofeo bajo el brazo.
Al día siguiente oscureció muy temprano, y cuando el Sol
ya declinaba, Ruben se probó la màscara sin encender la luz de su cuarto: en la
oscuridad, el propio tejido de la màscara parecía su propia piel, y se ajustaba
a su cara produciendo la sensación de que otro ser le observaba con ojos
malignos desde el otro lado del espejo. Luego, tuvo una idea: sacó la linterna
del cajón de su cómoda, echó las cortinas para que no entrara ni una brizna de
luz y cuando el cuarto estaba completamente a oscuras, sujetó la linterna
debajo de su barbilla y la encendió.
La imagen era ahora tan aterradora que casi le hizo
brincar del sobresalto; se pasó la mano a través de la màscara y por un
momento, creyó estar tocando su propio rostro.
Bajó las escaleras corriendo cuando escuchó el ruido del
cerrojo y el sonido de la puerta principal abriendose, y saltó el ultimo tramo
de escaleras con los brazos levantados, los dedos encogidos como garras y
emitiendo un grito prolongado, entre amenazador y lastimero.
-¡Madre de Diós!: exclamó su madre, soltando la cesta de
la compra, cuyo contenido quedó desparramado por el suelo-¡Qué susto me has
dado!
Ruben se sacó la màscara del rostro, satisfecho, cuando
vió que su madre retrocedía, aún más aterrorizada y respirando entre espasmos
nerviosos.
-¿Quien eres?: jadeó-¿Qué le has hecho a mi hijo?
-Pero si soy yo mamá: rezongó Ruben, señalando su cara
con un gesto de manos.
-¡No te acerques!: bramó su madre mientras retrocedía
aterrorizada-¡Aléjate de mí!
-¡Soy yo mamá! ¿No me reconoces?: aulló Ruben, cada vez
más confuso-Ya no llevo la màscara, mírala: me la he quitado; la llevo en la
mano...
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