En un lugar del desierto, se oyen ruidos extraños que no son el lamento
prolongado del viento, sino los extraños sonidos de la pirámide, un silencio
sepulcral reina en la antesala del sepulcro: tumbada, quieta y vendada yace la
momia, de pronto: el rechinar de un sarcófago recorre las paredes, luego
silencio, después, el eco acompasado de unos pasos; una monótona letanía de
golpes secos que parece no tener fin.
Sobre
esta blanca hoja de papel veo reflejados los espectros que azotan mi mente, no
obstante sigo escribiendo, miro hacia todos lados inquieto, buscando algo
impreciso y escurridizo, y mientras busco, doy cuenta de la tranquilidad
engañosa que me envuelve, algo en mi interior se agita, me incomoda e inquieta,
siento el latir de mi corazón cada vez más intenso, quiero sosegarme, pero en
mi cabeza hay un eco que se repite incesante, y un latir frenético y continuado
presiona mi pecho, quisiera oír algo diferente o simplemente, nada, pero se que
cuando deje de escuchar aquellos pasos, significará que la maldición se ha
cumplido.
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