El sueño acudió a
ella, como cada noche, cual resonancia de un eco perdido, había pasado días
realmente malos, corrompidos por el insomnio implacable de aquellas imágenes
nítidas e inconfundibles que le asaltaban con odiosa puntualidad, rabiaba
cuando al despertar, endiablada de ira, veía a su marido durmiendo a su lado
como si nada. Una noche abrió los párpados carcomida por el engaño que su
marido creía tener en secreto y abandonando el lecho conyugal se encaminó a la
cocina resuelta de furia para regresar empuñando el arma mortal que manejó con
resolución diabólica, segundos más tarde, la cabeza del adúltero, yacía con los
ojos abiertos sobre el suelo, separada del tronco.
Pero esta no fué
su última pesadilla: ahora estaba confinada en un lugar oscuro y frío donde
podía escuchar voces conversando a su alrededor, y por más que afinaba el oído,
no lograba entender lo que éstas decían.
Los pasos del
doctor resonaban por el pasillo con metálico aleteo, las internas recluidas en
sus celdas, se aferraban a los barrotes imbuídos en extraños ademanes, al final del pasillo, se encontraba la puerta
tras la cual moraba la más reciente de las reclusas. El médico, impasíble abrió
la rendija y escudriñando a través de ella, sacó su libreta de notas y se
dispuso a escribir lo que iba viendo tras la puerta.
Era una sala blanca recubierta de paredes acolchadas para evitar el suicidio, el suelo era del mismo material y en el centro de ésta, se encontraba una paciente envuelta en camisa de fuerza que yacía sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared y el pelo cubriendo su rostro; parecía ausente y ensimismada, pero esa apariencia de tranquilidad solía cambiar de repente al sentirse observada, entonces movía la cabeza hacia todas partes mirando con rostro desencajado y gritaba:
Era una sala blanca recubierta de paredes acolchadas para evitar el suicidio, el suelo era del mismo material y en el centro de ésta, se encontraba una paciente envuelta en camisa de fuerza que yacía sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared y el pelo cubriendo su rostro; parecía ausente y ensimismada, pero esa apariencia de tranquilidad solía cambiar de repente al sentirse observada, entonces movía la cabeza hacia todas partes mirando con rostro desencajado y gritaba:
-¡Mentiroso!
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